jueves, 29 de mayo de 2014

GASTRONOMÍA PREHISPÁNICA MEXICANA

II PARTE: GASTRONOMÍA ESPIRITUAL MEXICANA Y EL RITUAL DE LA OFRENDA HUMANA
Martha Gabriela Bayardo Ramírez

Continua: Otro nexo entre los dioses y el hombre mesoamericano era la lógica del sacrificio humano mediante el trabajo; así, por un lado esta actividad era un mandato divino,[1] pero era a través de la ofrenda-muerte o sangre-vida como se establecía la alianza de la tríada mesoamericana entre los dioses, la naturaleza y el hombre.
Ahora bien, será la muerte basada en el sacrificio uno de los ejes rectores de esta cultura, que desde luego permeará la culinaria, en donde todo lo que se come es porque se ha sacrificado en beneficio principalmente de los dioses y secundariamente de los hombre, expresado esto en cada una de las diferentes técnicas y en los utensilios que lo recrean, por ejemplo, el molcajete o el metate en que se trituran las viandas, dándoles muerte, o la técnica del pibil,[2] ya que si se recupera el significado que tiene este espacio bajo la óptica de la cosmovisión mesoamericana se puede dilucidar que la muerte es una vez más la condición del sustento divino y del hombre.
Una de las actividades rectoras para lograr la ofrenda más importante era la guerra respecto a su aportación o sentido trascendente, pues esta práctica no sólo consistía en un aspecto político o de dominio, sino que era el lugar propicio para proveer a al mundo espiritual; dado que era por este medio como se obtenían la mayoría de las veces los hombres ofrendados[3] en cada uno de los 68 diferentes nichos (cu[4]) de cada templo destinado para un dios en particular.
Por otro lado, como parte de las especificaciones características de cada uno de los rituales se pueden mencionar diferentes métodos que van desde la extracción del corazón y las entrañas, la decapitación[5], el ahogamiento, el degollamiento, la quema del cuerpo, aventar o despeñar a los sacrificados, el descabellamiento[6], entre otras formas.
Es relevante insistir que los seres humanos sacrificados con la muerte no tenían la finalidad  de ser parte de la dieta ordinaria de los aztecas, por tanto no se generaba para satisfacer necesidades básicas. Esto nos permite afirmar que  no se dependía de la carne humana para garantizar la supervivencia ordinaria del pueblo.
El cuerpo ofrendado podía ser manipulado de diversas maneras; una era la entrega del cuerpo que “podía cocerse; los pedazos de carne se repartían entre los fieles, y éstos los consumían para comulgar con lo sagrados”,[7] entre otros fines que prolongaban el espacio y tiempo sagrado de esta fase del ritual.
             La siguiente lista de manipulaciones post mortem se reportan en las últimas investigaciones realizadas por Pijoan Aguadé y Mansilla Lory:
· Desarticulaciones y desmembramientos del cadáver mediante la separación de segmentos corporales y tejidos por cortes y rotura de articulaciones, principalmente de las extremidades y la columna vertebral.
· Separación cuidadosa de la cabeza del cuerpo. Las cabezas podían ser usadas posteriormente en diferentes ceremonias para su ofrenda, exhibición o para la elaboración de máscaras.
· En ocasiones, descarnado de masas musculares mayores, como los muslos y los brazos, para su consumo ritual.
· Depósito, sin orden aparente, de segmentos en posible estado de descomposición variable, de más de 150 sujetos, hombres y mujeres jóvenes, algunos provenientes de la zona del Golfo y que pudieran tener relación consanguínea, además de estar relacionados con objetos arqueológicos con simbología ritual.
· El uso de la cabeza para su exposición, lo que indica que es un elemento fundamental dentro de la cosmovisión mesoamericana. El cuidado de su trato, su presencia continua a través del tiempo y el espacio en centros ceremoniales, así como su exhibición y decoración, hablan elocuentemente de su significado.
· El uso y depósito ritual de mandíbulas muestra también su importancia, ya sea como parte de la cabeza o como elemento aislado.
Así, puede pensarse que los sacrificados adquirían al morir el estatus de seres sagrados y, por lo mismo, eran honrados.[8]

La importancia de esta lista reside en que todos los seres humanos inmolados, “sin importar su procedencia ni categoría social, adquirían un valor sagrado y, por lo tanto, eran ritualizados, ofrendados y enterrados en el recito ceremonial más importante para los tlatelolcas. En consecuencia, estos cuerpos individuales se convertían de esta manera en cuerpos sociales con significado divino e inmortal”.[9]
             Es inevitable preguntarse ¿Cómo sería esto en el ámbito culinario, dado que los insumos deberían tener un valor sagrado? ¿Esto repercutiría en una forma concreta de considerar los ingredientes durante su preparación? La respuesta parece ser afirmativa pues esos alimentos no tenían como finalidad la de satisfacer los sentidos, ya que las preparaciones o las recetas describen que la carne humana no se sazonaba con sal, ni con chile.
             La intención de los alimentos sagrados no era la de satisfacer el gusto ni la de causar placer, sino la de propiciar la búsqueda de un nivel de conocimiento superior al de la vida ordinaria. El consumo de estos alimentos pudo haber sido un ejercicio que recordaba la naturaleza divina del ser humano, la comunión con los dioses y con los distintos sectores sociales, como puede advertirse en este párrafo de Sahagún:
En este mes de enero comían tamales por todos los pueblos y en todas las casas, y toda la gente, y convidábanse los unos a los otros con ellos [...], y también ofrecían al fuego cada uno en su casa cinco huauhquiltamalli, puesto en un plato, y también ofrecían sobre las sepulturas de los muertos, adonde estaban enterrados, a cada uno un tamal; esto hacían antes de ellos comiesen de los tamales. Después comían todos y no dejaban ninguno para otro día; esto por vía de ceremonia.[10]

Finalmente es inevitable afirmar que con la conquista española América se enriqueció con nuevos productos, técnicas y utensilios que influirían de manera sustancial en los usos y costumbres locales, pues este hecho histórico modificó al mundo como muy pocos eventos en la historia de la humanidad, pero una de las consecuencias sufridas fue que los alimentos endémicos de América sufrieron de orfandad, esto es, perdieron su valor espiritual y se terminó la alianza entre los dioses, la naturaleza y el hombre, dado los nuevos paradigmas de una Génesis de un solo Dios y las lógicas de la forma de vida del capitalismo en términos de su características más relevante: el consumismo.
             Hoy día la gastronomía mexicana no requiere de prácticas como el sacrificio humano, tan sólo requiere de hombres y mujeres congruentes que estén dispuestos a levantar la cara y preservar su legado con dignidad. Esto sería un acto contundentemente espiritual.
FIN

BIBLIOGRAFÍA
Gonzalbo Aizpuru, Pilar (coord.), Historia de la vida cotidiana en México, I Mesoamérica y los ámbitos indígenas de la Nueva España, México: El Colegio de México y Fondo de Cultura Económica, 2004.
López Austin, Alfredo y Luis Millones Santagadea, Dioses del norte, dioses del sur, religiones y cosmovisión en Mesoamérica y los Andes, México: Era, 2010.
Sahagún, Bernardino de, Historia general de las cosas de Nueva España, México: Porrúa, 2006.
Cítanos:
Bayardo Ramírez, Martha Gabriela, “La gastronomía espiritual mexicana y el ritual de la ofrenda humana”, Parte II, Sobre los fogones de México, Distrito Federal, 2014, < http://ungranodefrijolymaiz.blogspot.mx/>





[1] “Eran los cónyuges, anciana y anciano, que habían recibido de los demás dioses una firme encomienda: y mandáronles que labrasen la tierra, y a ella, que hilase y tejiese [...] y que no holgasen, sino que siempre trabajasen.” “Historia de los mexicanos por sus pinturas”, p. 25, citado en López Austin, Alfredo y Luis Millones Santagadea, Dioses del norte, dioses del sur, religiones y cosmovisión en Mesoamérica y los Andes, p. 99.
[2] Del vocablo maya pib, que significa asar bajo tierra. Actualmente es el adjetivo mexicano que utilizamos al referirnos a los alimentos que se envuelven en hojas de plátano y se cocinan bajo tierra, en barbacoa u horneado.
[3] En su mayoría capturados en las guerras o perdedores en el juego de pelota.
[4]Cu, voz maya con que designan los escritores del siglo XVI los templos paganos”, Sahagún, Bernardino de, Historia general de las cosas de Nueva España, México: Porrúa, 2006. p. 896.
[5] Según Salvador Guilliem Arroyo, la decapitación humana fue el ritual más común.
[6] “Hemos denominado descabelle a aquellos casos en los que se han localizado navajas de obsidiana incrustadas entre las vértebras cervicales, con una clara intrusión por la parte posterior del cuello”, Ibídem, p. 285.
[7] López Austin, Alfredo y Luis Millones Santagadea, op. cit., p. 120.
[8] Pijoan Aguadé, Carmen María y Josefina Mansilla Lory, “Los cuerpos de sacrificados, evidencias de rituales”, en López Austin, Alfredo y Leonardo López Luján, El pasado indígena, pp. 313-314.
[9] Gonzalbo Aizpuru, Pilar (coord.), Historia de la vida cotidiana en México, I Mesoamérica y los ámbitos indígenas de la Nueva España, p. 315.
[10] Sahagún, Bernardino de, Historia general de las cosas de Nueva España, p. 150.

miércoles, 14 de mayo de 2014

GASTRONOMÍA AZTECA

I PARTE: LA GASTRONOMÍA ESPIRITUAL MEXICANA Y EL RITUAL DE LA OFRENDA HUMANA
Martha Gabriela Bayardo Ramírez

No seamos [...] soberbios y desgraciados, traigamos a la memoria la sensata recomendación de nuestros mayores cuando nos aconsejaban guardar lo que no era necesario porque, más pronto o más tarde, encontraríamos ahí lo que, sin saberlo entonces, nos acabaría haciendo falta.
José Saramago

El tema de los sacrificios humanos y el consiguiente consumo de esta carne[1] provocan resistencia, rechazo o negación al momento de considerarlo parte de la gastronomía, pero actualmente resulta ineludible tratarlo como una asignatura pendiente.
El canibalismo religioso o ritual no deja de ser parte de nuestro pasado y debe abordarse también desde el ámbito de la gastronomía prehispánica mexicana, y aunque pueda parecer forzado, es necesario estudiar el sacrificio humano para encontrar referentes en la práctica de la gastronomía contemporánea.[2]
Inicialmente, había una diversidad de intenciones profundas para realizar un acto ritual, pues “los seres humanos, creados a partir de la muerte de las divinidades, debían retribuirles alimentándolas con sangre y corazones de sacrificio”.[3] En el ritual “se ofrendaba al dios lo más preciado para el hombre: la vida misma. No era un acto necrófilo, sino por el contrario, era un medio para conseguir que la vida continuara en la tierra [y el universo,] y se recibieran los dones necesarios para conseguir la subsistencia humana”.[4]
Otro aspecto pertinente es el de los tres tiempos aztecas. López Austin, al observar la estrecha relación cosmogónica que existe entre lo humano y lo sagrado, explica el peso que tiene el rito cuando éste se encuentra en función del mito.
Sobre la superficie de la tierra, a partir de los soportes del cielo y como producto de las fuerzas provenientes del cielo y del inframundo, se daba el tiempo. Aunque éste era uno de los tiempos del tiempo: el tiempo de los hombres. El tiempo anterior a la creación y el tiempo del mito o tiempo de la creación eran dimensiones diferentes. Las fuentes hablan de un primer tiempo de existencia intrascendente de los dioses. Esta paz fue interrumpida por el segundo tiempo, el del mito, el de las creaciones; tiempo de raptos, violaciones, quebrantamientos de castidad, muertes, luchas y desmembramiento de los dioses en el que se dio origen a seres que estarían más íntimamente en contacto con los hombres, y a estos mismos. Las creaciones darían lugar al tiempo tercero, el tiempo de los hombres, tiempo que se dio en la parte intermedia del cosmos, esto es, en la superficie de la tierra y en los cuatro cielos inferiores.[5] Los mitos, en efecto, mencionan frecuentemente fechas de creación, y los nacidos en el tercer tiempo conservarían nombres mágicos correspondientes a los signos de su aparición.
El segundo tiempo, no concluyó al dar origen al tiempo del hombre. El tiempo del mito siguió vigente, lejos de la morada del hombre, pero determinando con sus turnos de dominio sobre la tierra lo que acontecía en el tercer tiempo. Al coincidir un momento del tiempo humano con uno de los momentos siempre presentes del tiempo mítico, el tiempo del hombre recibió la impronta del mundo de los dioses. La secuencia de las correspondencias entre uno y otro tiempo producía ciclos de distintas dimensiones, que hacían de cada momento del acontecer del tiempo humano un punto de confluencia de una pluralidad de fuerzas divinas, en una combinación que le daba su particular naturaleza.[6]

Dada la complejidad de la dinámica de la cosmovisión[7] y la cosmogonía “atrapada” en cada periodo es como se puede comprender el peso o la importancia de establecer una relación entre los diferentes estratos del tiempo en donde el hombre y los dioses se comunican o “negocian” su mutua existencia, a través de los ritos realizados en el orden de los tiempos que señala el calendario, según los ciclos dedicados a cada dios.
La agenda ritual en donde se prescribe el ayuno[8] y el ejercicio de elevar a la condición de alimento sagrado la carne humana sacrificada y ofrendada es una constante en cada uno de los dieciocho meses del calendario azteca. Muestra de lo anterior es el registro de Bernardino de Sahagún en su Historia general de las cosas de Nueva España,[9] en donde el componente simbólico de la gastronomía está presente en cada ritual descrito.
Esta información será, en términos generales, un “espejo” que refleja el orden y el sentido que tiene la vida religiosa, relacionada inevitablemente con el ámbito político y militar mesoamericano, en donde la gastronomía era uno de los elementos sustanciales para sostener cada símbolo en su lugar. Es por esa razón que no se puede hablar de gastronomía mesoamericana sin asumir el alcance de su complejidad.
Así, el ritual se puede considerar un espacio y tiempo distinto al que se contempla con la lógica de la conciencia ordinaria. Este espacio extracotidiano tenía sus propios alimentos que se inscriben en un mundo espiritual —en donde el principio de orden es fundamental para constituir el ritual— en el que se renovaba la vida del individuo y de la comunidad; es primordial meditar sobre esto debido a la urgencia por delimitar referentes éticos, pues si el acto gastronómico está más allá de la satisfacción de las necesidades básicas tendría que estar regido no sólo por normas oficiales, sino por un sentido filosófico que rigiera el ritual que se construye “para” y “en cada” mesa, dado que cada mesa o cada evento recrea una circunstancia específica.
En otras palabras, la mesa nunca es la misma porque “en la mesa podemos establecer diferentes relaciones: de trabajo, familiares, de amigos, de pareja [...] En cada una de estas ocasiones acudiremos a lugares diferentes y tomaremos un tipo u otro de comida”.[10]
La mesa como experiencia humana nunca será la misma cuando se establece bajo la presencia de elementos que nos significan.

Continuara...
 
Bibliografía
Colón, Cristóbal, Diario de abordo, Caja de Madrid, 1991.
López Austin, Alfredo, Cuerpo humano e ideología, la concepción de los antiguos nahuas, México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1984.
López Austin, Alfredo y Leonardo López Luján, El pasado indígena, México: Fondo de Cultura Económica y El Colegio de México, 2000.
López Austin, Alfredo y Luis Millones Santagadea, Dioses del norte, dioses del sur, religiones y cosmovisión en Mesoamérica y los Andes, México: Era, 2008.
Sahagún, Bernardino de, Historia general de las cosas de Nueva España, México: Porrúa, 2006.
Vázquez Montalbán, Manuel, Contra los gourmets, Barcelona: Grijalbo Mondadori, 1997.
Villegas Becerril, Almudena, Saber del sabor, manual de cultura gastronómica, Córdoba, España: Almuzara, 2008.

Cítanos:
Bayardo Ramírez, Martha Gabriela, “La gastronomía espiritual mexicana y el ritual de la ofrenda humana”, Parte I, Sobre los fogones de México, Distrito Federal, 2014, < http://ungranodefrijolymaiz.blogspot.mx/>





[1] El término caníbal proviene de la deformación de la palabra caribe en caniba o cariba, del idioma taíno, parcialidad de la etnia arawak. Para los caribes significaba “osado”, “audaz”; para los arawak, “enemigo”, y para los europeos [significa] “comedores de carne humana”. Cristóbal Colón fue el primero en usar el término canibalismo en su Diario de abordo, p. 142.
[2] Quizá sean más rebuscadas todas las lógicas que justifican los abusos humanos practicados en nuestro ámbito o la crueldad gourmet denunciadas por Manuel Vázquez Montalbán en Contra los gourmets.
[3] López Austin, Alfredo y Leonardo López Luján, El pasado indígena, p. 21.
[4] Ídem, p. 61.
[5] “¿Los cielos son nueve o son trece? La respuesta se encuentra en que son dos clases de cielos. Los pisos intermedios entre las dos mitades del cuerpo de Cipactli, los ocupados por los dioses cargados del cielo, forman los cuatro cielos bajos, que van de la superficie de la tierra a los límites de los verdaderos cielos. Los cuatro cielos bajos son el mundo que pueblan las criaturas de la superficie y donde se mueven los astros y los meteoros. Son la casa de los seres mundanos. Sobre ellos están los nueve cielos verdaderos. Su suma es trece.” López Austin, Alfredo y Luis Millones Santagadea, Dioses del norte, p. 53.
[6] López Austin, Alfredo, Cuerpo humano e ideología, la concepción de los antiguos nahuas, pp. 69-70.
[7] “La cosmovisión no es una construcción social que uniforme el pensamiento de sus creadores. Es, en cambio, una palestra que establece parámetros de intercambio de acciones y discursos entre los miembros de una colectividad. Clases, grupos e individuos coinciden, colaboran, disienten, se enfrentan e incluso chocan fundados en ideas, opiniones y reglas eficaces para la comunicación aun en los momentos críticos. La cosmovisión surge de un lecho práctico de múltiples contradicciones que le imprimen sus caracteres.” López Austin, Alfredo y Luis Millones Santagadea, op. cit., p. 134.
[8] El ayuno sexual y de ciertos alimentos como la sal, el chile o el consumo de cierto tipo de pan de maíz destinado para este fin era una de las formas más comunes con las que se iniciaba la festividad de cada uno de los dioses honrados.
[9] Sahagún, Bernardino de, Historia general de las cosas de Nueva España, pp. 29-49.
[10] Villegas Becerril, Almudena, Saber del sabor, manual de cultura gastronómica, p. 185.