II PARTE: GASTRONOMÍA ESPIRITUAL MEXICANA Y EL
RITUAL DE LA OFRENDA HUMANA
Martha
Gabriela Bayardo Ramírez
Continua: Otro nexo entre
los dioses y el hombre mesoamericano era la lógica del sacrificio humano
mediante el trabajo; así, por un lado esta actividad era un mandato divino,[1] pero
era a través de la ofrenda-muerte o sangre-vida como se establecía la alianza
de la tríada mesoamericana entre los dioses, la naturaleza y el hombre.
Ahora
bien, será la muerte basada en el sacrificio uno de los ejes rectores de esta
cultura, que desde luego permeará la culinaria, en donde todo lo que se come es
porque se ha sacrificado en beneficio principalmente de los dioses y
secundariamente de los hombre, expresado esto en cada una de las diferentes
técnicas y en los utensilios que lo recrean, por ejemplo, el molcajete o el metate
en que se trituran las viandas, dándoles muerte, o la técnica del pibil,[2] ya
que si se recupera el significado que tiene este espacio bajo la óptica de la
cosmovisión mesoamericana se puede dilucidar que la muerte es una vez más la
condición del sustento divino y del hombre.
Una
de las actividades rectoras para lograr la ofrenda más importante era la guerra
respecto a su aportación o sentido trascendente, pues esta práctica no sólo
consistía en un aspecto político o de dominio, sino que era el lugar propicio
para proveer a al mundo espiritual; dado que era por este medio como se obtenían
la mayoría de las veces los hombres ofrendados[3] en
cada uno de los 68 diferentes nichos (cu[4])
de cada templo destinado para un dios en particular.
Por
otro lado, como parte de las especificaciones características de cada uno de
los rituales se pueden mencionar diferentes métodos que van desde la extracción
del corazón y las entrañas, la decapitación[5],
el ahogamiento, el degollamiento, la quema del cuerpo, aventar o despeñar a los
sacrificados, el descabellamiento[6],
entre otras formas.
Es
relevante insistir que los seres humanos sacrificados con la muerte no tenían
la finalidad de ser parte de la dieta
ordinaria de los aztecas, por tanto no se generaba para satisfacer necesidades
básicas. Esto nos permite afirmar que no
se dependía de la carne humana para garantizar la supervivencia ordinaria del
pueblo.
El
cuerpo ofrendado podía ser manipulado de diversas maneras; una era la entrega
del cuerpo que “podía cocerse; los
pedazos de carne se repartían entre los fieles, y éstos los consumían para
comulgar con lo sagrados”,[7] entre otros fines
que prolongaban el espacio y tiempo sagrado de esta fase del ritual.
La siguiente lista de
manipulaciones post mortem se
reportan en las últimas investigaciones realizadas por Pijoan Aguadé y Mansilla
Lory:
· Desarticulaciones
y desmembramientos del cadáver mediante la separación de segmentos corporales y
tejidos por cortes y rotura de articulaciones, principalmente de las extremidades
y la columna vertebral.
· Separación
cuidadosa de la cabeza del cuerpo. Las cabezas podían ser usadas posteriormente
en diferentes ceremonias para su ofrenda, exhibición o para la elaboración de
máscaras.
· En
ocasiones, descarnado de masas musculares mayores, como los muslos y los
brazos, para su consumo ritual.
· Depósito,
sin orden aparente, de segmentos en posible estado de descomposición variable,
de más de 150 sujetos, hombres y mujeres jóvenes, algunos provenientes de la
zona del Golfo y que pudieran tener relación consanguínea, además de estar
relacionados con objetos arqueológicos con simbología ritual.
· El uso de
la cabeza para su exposición, lo que indica que es un elemento fundamental
dentro de la cosmovisión mesoamericana. El cuidado de su trato, su presencia
continua a través del tiempo y el espacio en centros ceremoniales, así como su
exhibición y decoración, hablan elocuentemente de su significado.
· El uso y
depósito ritual de mandíbulas muestra también su importancia, ya sea como parte
de la cabeza o como elemento aislado.
Así, puede pensarse que los sacrificados adquirían al morir el estatus de
seres sagrados y, por lo mismo, eran honrados.[8]
La
importancia de esta lista reside en que todos los seres humanos inmolados, “sin
importar su procedencia ni categoría social, adquirían un valor sagrado y, por
lo tanto, eran ritualizados, ofrendados y enterrados en el recito ceremonial
más importante para los tlatelolcas. En consecuencia, estos cuerpos
individuales se convertían de esta manera en cuerpos sociales con significado
divino e inmortal”.[9]
Es inevitable preguntarse ¿Cómo
sería esto en el ámbito culinario, dado que los insumos deberían tener un valor
sagrado? ¿Esto repercutiría en una forma concreta de considerar los
ingredientes durante su preparación? La respuesta parece ser afirmativa pues
esos alimentos no tenían como finalidad la de satisfacer los sentidos, ya que
las preparaciones o las recetas describen que la carne humana no se sazonaba
con sal, ni con chile.
La intención de los alimentos
sagrados no era la de satisfacer el gusto ni la de causar placer, sino la de propiciar
la búsqueda de un nivel de conocimiento superior al de la vida ordinaria. El
consumo de estos alimentos pudo haber sido un ejercicio que recordaba la
naturaleza divina del ser humano, la comunión con los dioses y con los
distintos sectores sociales, como puede advertirse en este párrafo de Sahagún:
En este mes de enero comían tamales por todos los pueblos y en todas las
casas, y toda la gente, y convidábanse los unos a los otros con ellos [...], y
también ofrecían al fuego cada uno en su casa cinco huauhquiltamalli, puesto en
un plato, y también ofrecían sobre las sepulturas de los muertos, adonde
estaban enterrados, a cada uno un tamal; esto hacían antes de ellos comiesen de
los tamales. Después comían todos y no dejaban ninguno para otro día; esto por
vía de ceremonia.[10]
Finalmente
es inevitable afirmar que con la conquista española América se enriqueció con
nuevos productos, técnicas y utensilios que influirían de manera sustancial en
los usos y costumbres locales, pues este hecho histórico modificó al mundo como
muy pocos eventos en la historia de la humanidad, pero una de las consecuencias
sufridas fue que los alimentos endémicos de América sufrieron de orfandad, esto
es, perdieron su valor espiritual y se terminó la alianza entre los dioses, la
naturaleza y el hombre, dado los nuevos paradigmas de una Génesis de un solo
Dios y las lógicas de la forma de vida del capitalismo en términos de su
características más relevante: el consumismo.
Hoy día la gastronomía mexicana no requiere de prácticas como el sacrificio humano, tan sólo requiere de hombres y mujeres congruentes que estén dispuestos a levantar la cara y preservar su legado con dignidad. Esto sería un acto contundentemente espiritual.
FIN
Hoy día la gastronomía mexicana no requiere de prácticas como el sacrificio humano, tan sólo requiere de hombres y mujeres congruentes que estén dispuestos a levantar la cara y preservar su legado con dignidad. Esto sería un acto contundentemente espiritual.
FIN
BIBLIOGRAFÍA
Gonzalbo Aizpuru, Pilar (coord.), Historia de la vida cotidiana en México, I
Mesoamérica y los ámbitos indígenas de la Nueva España, México: El Colegio
de México y Fondo de Cultura Económica, 2004.
López Austin, Alfredo y Luis Millones
Santagadea, Dioses del norte, dioses del
sur, religiones y cosmovisión en Mesoamérica y los Andes, México: Era,
2010.
Sahagún, Bernardino de, Historia general de las cosas de Nueva
España, México: Porrúa, 2006.
Cítanos:
Bayardo Ramírez,
Martha Gabriela, “La gastronomía espiritual mexicana y el ritual de la ofrenda
humana”, Parte II, Sobre los fogones de México, Distrito Federal, 2014, <
http://ungranodefrijolymaiz.blogspot.mx/>
[1] “Eran
los cónyuges, anciana y anciano, que habían recibido de los demás dioses una
firme encomienda: y mandáronles que labrasen la tierra, y a ella, que hilase y
tejiese [...] y que no holgasen, sino que siempre trabajasen.” “Historia de los
mexicanos por sus pinturas”, p. 25, citado en López Austin, Alfredo y Luis
Millones Santagadea, Dioses del norte,
dioses del sur, religiones y cosmovisión en Mesoamérica y los Andes, p. 99.
[2] Del vocablo maya pib, que significa asar bajo tierra.
Actualmente es el adjetivo mexicano que utilizamos al referirnos a los
alimentos que se envuelven en hojas de plátano y se cocinan bajo tierra, en
barbacoa u horneado.
[3] En su
mayoría capturados en las guerras o perdedores en el juego de pelota.
[4] “Cu, voz maya con que designan los escritores del siglo XVI los
templos paganos”, Sahagún, Bernardino
de, Historia general de las cosas de
Nueva España, México: Porrúa, 2006. p. 896.
[5] Según
Salvador Guilliem Arroyo, la decapitación humana fue el ritual más común.
[6] “Hemos
denominado descabelle a aquellos casos en los que se han localizado navajas de
obsidiana incrustadas entre las vértebras cervicales, con una clara intrusión
por la parte posterior del cuello”, Ibídem,
p. 285.
[7] López
Austin, Alfredo y Luis Millones Santagadea,
op. cit., p. 120.
[8] Pijoan
Aguadé, Carmen María y Josefina Mansilla Lory, “Los cuerpos de sacrificados,
evidencias de rituales”, en López Austin, Alfredo y Leonardo López Luján, El pasado indígena, pp. 313-314.
[9] Gonzalbo
Aizpuru, Pilar (coord.), Historia de la
vida cotidiana en México, I Mesoamérica y los ámbitos indígenas de la Nueva
España, p. 315.
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