I PARTE: LAS APORTACIONES DE LAS MUJERES A LA
GASTRONOMÍA MEXICANA
Martha
Gabriela Bayardo Ramírez
Abordar el tema
de las aportaciones realizadas a partir de las teorías de la antropología de
género con respecto a la comprensión y valoración de la gastronomía como una
forma de expresión cultural nos permite encontrar el linaje de los gastrónomos
ante la sociedad.
En
la cocina podemos encontrar la historia misma de la humanidad. En México, nos
permite reflexionar sobre distintos fenómenos y hechos que hoy constituyen
nuestro imaginario colectivo, nuestra idiosincrasia y formas de pensamiento en
las cuales se desarrolla la dinámica social.
La
historia nos ofrece perspectivas precisas de quiénes somos, y al estudiar la
historia de la gastronomía nos topamos inevitablemente con la imagen del pueblo
que somos. Esto nos permite conocernos y abordar con un mayor compromiso por el
oficio, la actividad vital que es la culinaria. La historia de México tiene
sabor y huele a los productos elaborados con las cosechas de nuestra tierra.
“El mexicano no es una esencia sino una historia.”[1]
En
razón de lo anterior, se puede afirmar que en la cocina se reflejan los pasos
andados por mujeres y hombres de carne y hueso en el devenir cotidiano, del que
todos somos parte y que constituye la memoria culinaria de nuestro pueblo. Cada
mano que ha sujetado un nopal, una tortilla, un chile o un trozo de camote —o
cualquier otro producto oriundo de esta nación— ha dejado su huella en lo que
hoy concebimos como nuestra gastronomía.[2]
Es
necesario situarnos en la perspectiva de nuestra herencia en relación con los
paradigmas que nos definen como hombres y mujeres, pues cada hecho consumado en
la historia de nuestra actividad es tan sólo el reflejo fiel de los diversos
aspectos que nos definen como mexicanos. En este devenir se encuentran aquellas[3] que “permanecían en el
hogar, barriendo y aprendiendo cómo ser mujer”,[4] o a través de la actividad
vital[5] que la define como tal: dar
de comer.
Las
mujeres han sido, de manera metafórica y literal, sinónimo de alimento, y en
ella han recaído los secretos y las recetas de su preparación; pero este hecho
dista mucho de significar que en el plano gastronómico haya habido un espacio
para que ellas ocupen un lugar en las cocinas del ámbito restaurantero, en las cuales
se abrieran perspectivas de crecimiento profesional, sin contar con estudios
previos ni tener que enfrentarse a una cultura hostil a ellas.
El
chef Rogelio Rangel dice[6] que desde los años ochenta
en México se constituyó la lógica europea del organigrama de trabajo. Él, como
miembro fundador del club “Los Gorros Blancos”,[7] asegura que antes de este organismo se
definía como cocinero, igual que aquellos que eran profesionales como los que
no lo eran; hoy, después de una ardua labor, cada miembro de las brigadas en
las cocinas ocupa su espacio específico.[8]
En
cuanto a ese organigrama, las mujeres se vieron desplazadas —al igual que en
muchos otros lugares del mundo— o destinadas a ser mayoras, a quienes se les asignaron tareas propias de “su condición
de cocineras no profesionales.”
Una
de las tareas más significativa de estas mujeres es la preparación de los
alimentos del personal de un establecimiento de alimentos y bebidas, la
elaboración de tortillas —cuando éstas se hacen en la cocina—, la preparación
de tamales y otros menesteres que no son realizados por los chefs que dirigen la cocina de manera
profesional.[9]
Esa
lógica ha dejado a las mujeres dueñas de nuestra tradición con un cierto nivel
de poder, dadas su autoridad moral y su experiencia en el dominio de ciertas
preparaciones, pero se desconoce la razón en la cual se fundamente sólidamente por
qué no han alcanzado la oportunidad para dirigir las cocinas de los
restaurantes.
Una
mayora es la cocinera que ha logrado, a base de trabajo constante y de calidad,
llegar a una categoría media alta de la cocina. Ella manda porque sabe lo que
es mejor para su cocina, no porque quiera gozar de autoridad. Es líder pues le
muestra a todos los caminos y las formas para lograr proezas culinarias
maravillosas, como un arroz a la mexicana en su punto perfecto o un chicharrón
en salsa verde con la dosis precisa de picante. Es jefa pero no suele ser la
cabeza principal de la cocina pues como cocinera su trabajo se desempeña tras
bambalinas. Ella vive entre sartenes, grandes ollas y cuchillos; entre vapores
y ruidos, y es poco común que se sienta cómoda fuera de este entorno.
Un chef,
en cambio, es un cocinero que ha recorrido un largo y trabajoso camino en la
cocina hasta llegar a dirigirla. Como su nombre lo indica, es el jefe de ese
lugar. Es común que el chef ya no cocine todo el tiempo y que delegue esa tarea
para concentrarse en la estrategia y la administración general del
establecimiento. Supervisa y controla todo lo que se cocina y se sirve; es la
autoridad y la cabeza creativa y, a diferencia de la mayora, es el que da la
cara; es la imagen que representa el trabajo de todos.[10]
El argumento de
que las mujeres no cuentan con el perfil para desempeñar esa labor es muy
cuestionable, sobre todo cuando nuestros cocineros de grandes trayectorias la
mayoría de las veces no cuentan con estudios medios o superiores concluidos.
Esto se puede corroborar si revisamos a profundidad, por ejemplo, la
problemática de la ausencia de un liderazgo funcional en las cocinas, la falta
de investigación técnica, histórica y crítica desde nuestra perspectiva, así como
también en una pobre calidad de vida, entre otros temas que nos atañen como
gremio.
En
razón de lo anterior es posible señalar que antes de aparecer la formalización
de la profesión, tanto hombres como mujeres carecían del conocimiento
multidisciplinario gastronómico necesario para dirigir de manera profesional las
cocinas de los restaurantes.
Indudablemente
esto es parte de nuestra historia, de una historia y un presente que sigue
reflejando la falta de oportunidades, y no de las capacidades del género
femenino, para que éstas logren desarrollarse profesionalmente.
El
precio a pagar por esa situación ha dejado en claro sus consecuencias, y una de
éstas es la falta de registro de sus conocimientos culinarios. ¿Cuántas recetas
de platillos tradicionales hemos perdido al desdibujar la importancia de las
mujeres en el ámbito restaurantero?
Otra
de las consecuencias lamentables de la falta de integración del conocimiento de
nuestras cocineras al estrato profesional es la escasa difusión de la riqueza
de los productos nativos, debido al desconocimiento y la descalificación de esos
productos, pues su uso y preservación se aprende a través de las poseedoras del
conocimiento; hablar de gastronomía no es propiamente hablar de la industria
restaurantera.
Desafortunadamente
nos ha llevado mucho tiempo —hasta ver el campo abandonado— llegar a cuestionar
nuestros prejuicios sobre los productos nativos de nuestra tierra y
enorgullecernos de ellos.
Atender
el tema de género en nuestro país es importante, no para descalificar lo que
han realizado hombres y mujeres, sino para asumir que hemos llegado a un nivel
de desigualdad de oportunidades que nos contradice como mexicanos, pues la
culinaria tradicional mexicana es un fruto esencialmente femenino y con un
claro flujo de integración.
Es
importante detener la dinámica que nos ha llevado a desdibujar nuestra
identidad como herederos de varias culturas; aún más: estamos obligados a
reconocer la fuerza latente del mito de nuestros ancestros que afirma que la
primera mujer que realizó una preparación culinaria fue la madre de los
mantenimientos: La Diosa Chicomecóatl.
Continúa en https://ungranodefrijolymaiz.blogspot.com/2014/09/
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Barros, C. y
Buenrostro, M. (comps.) Vida cotidiana:
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1996.
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____________________,
La lenta emergencia de la comida mexicana.
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REFERENCIAS HEMEROGRÁFICAS
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Fundado por Filomeno Mata.
REFERENCIAS EN INTERNET
Mecenas
Colectivo, “Mayoras, cocineros y chefs, pequeña historia sobre los títulos
honorarios en la cocina”, Queremos comer, México, 2013, en
<http://www.queremoscomer.com/editorial-sobremesa/mayoras-cocineros-y-chefs/>
(06-12-2013).
Cítanos:
Bayardo Ramírez,
Martha Gabriela, “Las aportaciones de las mujeres a la gastronomía mexicana”, I
Parte, Sobre los fogones de México, Distrito Federal, 2014, <
http://ungranodefrijolymaiz.blogspot.mx/>
[1] Octavio
Paz, El laberinto de la soledad,
2008, p. 363.
[2] En términos de nuestra culinaria
nacional, al parecer “su conformación dio un paso definitivo en 1929 con la
aparición del Moderno recetario de cocina
mexicana, una obra dedicada exclusivamente al tema. Su autora fue María
Ibarrola de Salceda.” Juárez López, José Luis, Nacionalismo culinario. La cocina mexicana del siglo XX, México:
Conaculta, 2013, p. 104.
[3] Resultó significativo
encontrar textos en torno a la idiosincrasia mexicana y desde la perspectiva
antropológica de género, textos declaradamente feministas, como el libro de
Anne Wilson Schaef, La mujer en un mundo
masculino, así como Octavio Paz y su Laberinto
de la soledad, que coinciden en una perspectiva de la mujer en su rango
social terciario en muchas circunstancias. Este factor repercute directamente
en el desempeño que ha tenido la mujer respecto de oportunidades y acceso a la
educación en una etapa tardía de la historia de México, que se decantará en la
ignorancia que existe actualmente de nuestra culinaria, ya que la mayoría de
textos registrados sobre nuestra gastronomía han sido escritos por hombres
españoles y por desgracia se ha perdido mucha información relacionada con las
mujeres anónimas que crearon la mayoría de los platos típicos de México. La
preservación de recetas, formas y costumbres ha sido a través de la tradición
oral —los viejos secretos de la abuela— y es hasta Sor Juana Inés de la Cruz
cuando a una mujer la que se atribuye el primer recetario de México —aunque es
importante señalar que al respecto hay diferentes posturas que difieren.
[4] Desde la
perspectiva de la doctora Lagarde, la mujer no nace sino se hace, ya que se le
pide que cumpla con ciertos requisitos sociales para considerarse como tal.
Cabe mencionar que la visión de la doctora es antropológica y no feminista.
[5] Labor o
tarea diaria que desempeña la mujer para ser considerada como tal por los otros
y que no se considera trabajo remunerado o que genere riqueza.
[6] Profesor de asignatura de Cocina mexicana del programa de
estudios del Colegio de Gastronomía de la Universidad del Claustro de Sor
Juana; entrevista realizada por Martha G. Bayardo Ramírez en esa universidad el
22 de noviembre de 2010.
[7] Esta
asociación, integrada por 78 chefs de la República Mexicana, busca promover los
sabores de la culinaria nacional. El grupo se fundó en 1988 gracias a la
iniciativa del francés François Atajan, cuyo entusiasmo e iniciativa
contagiaron a otros colegas para unirse.
[8] Entrevista
realizada por Martha G. Bayardo Ramírez al chef Rogelio Rangel en la
Universidad del Claustro de Sor Juana el 27 de noviembre de 2010.
[9] Un
primer antecedente de esta lógica es la que se encuentra en un texto que al
parecer es el primer libro de cocina de Puebla, publicado ya en el México
independiente: Manual del cocinero y
cocinera, tomado del periódico literario La Risa, publicado como edición facsimilar en México en 1992. En la
Introducción se lee: “[El] Manual de
cocinero y cocinera [...] está dedicado por igual a hombres y mujeres. Y
que por costumbre en México es la mujer que hace de la cocina su dominio —muy
celosamente guardado—, es el hombre el que tiene fama de perfeccionar los
platillos”. Hemos comenzado a identificar textos que coinciden con esta
aseveración y continuaremos observando el desarrollo de ésta.
[10] Queremos comer, México, 2013, en
<http://www.queremoscomer.com/editorial-sobremesa/mayoras-cocineros-y-chefs/>.
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